A lo largo del día de ayer tuve dos ocasiones diferentes -casualidad- de charlar sobre las melenas “leoninas”, es decir, esas cabelleras abundantes y favorecedoras, de pelo fuerte, que añaden volumen a la cabeza y que tienen el efecto de hacer más llamativas a las personas que las poseen. La conocida expresión hace referencia a la melena del león, el llamado “rey de la selva”, cuando en realidad su ámbito es el de la sabana. De todos modos, ¿qué más da? El león tampoco sabe que es “rey”, aunque apunta maneras. En fin, tanta conversación trascendental sobre las melenas me ha hecho pensar en el simbolismo astrológico relacionado con ellas. Y es que ese simbolismo tiene su origen, como casi todo en esta vida, en el Sol.

El león comparte el nombre con un signo zodiacal fijo, Leo, domicilio del Sol, astro central del sistema astrológico. El Sol recorre el signo de Leo aproximadamente desde el 21 de julio hasta el 21 de agosto que, como sabéis, coincide con la época del verano más cálida (en el hemisferio norte). Debido a la inercia térmica el calor ha tenido tiempo de acumularse desde junio, lo que provoca la típica sequedad de la vegetación (agosto suele ser un mes muy seco). Calor y sequedad son precisamente las cualidades primitivas que constituyen los signos de Fuego así como el astro Sol. Las de agosto son las semanas veraniegas por antonomasia, las preferidas en estos lares, además, para las vacaciones. Espero que este recuerdo caldee un poco los motores congelados por el frío siberiano que nos invade estos días, con un Sol en Acuario que, exiliado -débil-, no calienta apenas.

La asociación con el Sol, rey del sistema solar y elemento simbólico central en Astrología, vincula el signo de Leo -en el sentido social, no necesariamente individual- con la realeza y aristocracia. El signo de Leo destacado en la carta astral natal no indica sangre azul, pero sí una naturaleza que tiende a la dignidad natural, a distinguirse y a captar reconocimiento, fama o a ocupar un lugar destacado en el colectivo al que pertenece. El signo de Leo suele otorgar un temperamento melodramático y belleza física; aún en los casos en que esta no es muy relevante, hay al menos cierto sentido del glamour que, junto a la belleza, es otra manera de sobresalir.

En Leo hay un ideal de nobleza -espiritual-, generosidad (el Sol rige el corazón) y rechazo de lo vulgar, sórdido o indigno. Se trata del orgullo asociado al signo que, en sentido constructivo impulsa hacia lo mejor (arte, teatro, derechos humanos, protección de la infancia) y en sentido negativo conduciría a la exageración, arrogancia y vanidad, que son rasgos que afloran cuando el protagonismo no está basado en un trabajo socialmente valioso o altruista sino en posiciones exclusivamente egocéntricas, carentes de auténtica sustancia. La nobleza de Leo radica principalmente en su autenticidad.

¿Y qué tiene que ver esto con las melenas? La melena del león (por eso se le llama así al animal) tiene analogía con el Sol y los múltiples rayos que emanan de él. Así, los innumerables rayos del Sol metafísico se manifiestan en este mundo como los cabellos (preferentemente dorados, el color del astro) que surgen de la cabeza (directora del cuerpo) y la enmarcan, destacándola; la imagen de la abundante melena es análoga a la de las llamaradas que envuelven la estrella en las fotos astronómicas. Llevando el simbolismo solar más allá, la corona -tocado real o nobiliario- es un aro (circular como el disco solar) del que emergen puntas (rayos), que suele ser de oro (metal asociado al Sol). La corona es una representación del simbolismo solar puesto que del Sol, origen de toda deidad, procede el divino derecho a reinar. El disco solar también está presente en las pinturas religiosas, enmarcando las cabezas de los santos, así como en algunas imágenes budistas y también en los relieves del antiguo Egipto, donde los dioses se distinguen de los humanos precisamente por llevar el disco solar sobre la cabeza.

Las diademas también son símbolos de autoridad y participan de la analogía regia, pero son tocados reservados a las damas.

Vemos que hay una diferencia significativa entre la corona (círculo cerrado sobre la cabeza) y la diadema, diseñada en arco para adaptarse a la cabeza pero que no está cerrada como la corona; esta forma sugiere la de la Luna, símbolo femenino por antonomasia. La Luna también es una reina en Astrología, aunque nocturna y también lanza sus rayos, representados en las puntas radiantes de la diadema.

Volviendo a las melenas leoninas, esta foto resulta ejemplar, incluso por los rasgos algo felinos de ella. La pareja formada por F. Scott y Zelda Fitzgerald brilló con la intensidad de una llamarada en los “locos” años veinte. Eran conocidos tanto por su talento como por su dorado glamour, equivalente a una realeza que no existe en los EE.UU., y que exhibieron mientras la salud se lo permitió, consumidos por la intensidad con que vivieron. Zelda tenía el Ascendente (identidad, cuerpo) en Leo, que era el signo en la cúspide de la VII (matrimonio) en la carta de Scott -una carta natal extraordinaria que me gustaría comentar en alguna otra ocasión. Aunque él es quien hace historia en la literatura norteamericana, la historia del glamour del siglo XX los recuerda a los dos juntos y no cabe duda de que Zelda influyó decisivamente en la obra de su compañero.

No sé exactamente cómo he llegado hasta aquí. Mi intención era escribir un post lo más frívolo posible, pero inevitablemente tengo que hacer alusión a un par de detalles importantes aunque desgraciados de la carta de Zelda, relacionados con el tema del post. Aunque ella también fue una escritora de talento, quedó eclipsada por la relevancia literaria de su marido, pero también por la enfermedad mental (Sol en XII: enfermedad crónica, aislamiento, ocultamiento). Finalmente, el simbolismo del fuego solar adquiere una vertiente trágica: Zelda murió a los 48 años de edad en un incendio en el hospital (Casa XII) en el que estaba internada; el Sol, además de regente del Ascendente, era también el almuten de la Parte arábiga de la Muerte de su carta natal.