La Astrología es un lenguaje simbólico que tiene su origen en los ciclos del Sol y de la Luna y su relación con los demás planetas del sistema solar.
De las primitivas observaciones del Sol y de la Luna anteriores al uso del alfabeto hasta el intrincado gráfico astrológico creado por un software han pasado unos cuantos miles de años, pero lo fundamental del arte astrológico que conocemos pertenece a la tradición proveniente del Egipto helenístico, que se ha rescatado, traducido y vuelto a traducir durante siglos hasta llegar a nuestros días y resulta de plena vigencia en este siglo XXI.
El dibujo circular de la carta, con la cruz de los ejes principales, es un esquema aparentemente simple que sintetiza un sistema muy complejo. El círculo de los doce signos del Zodíaco representa el camino que aparentemente recorre el Sol alrededor de la Tierra, porque la Astrología parte del punto de vista -que no dogma- geocéntrico que, en definitiva, es el único que tenemos hasta el día en que nos vayamos a vivir a Marte. Al mismo tiempo, sobre ese círculo se representa otro movimiento, que es el de la rotación diaria de nuestro planeta sobre su eje, en sentido contrario al zodiacal, por el que el universo entero parece girar a nuestro alrededor en 24 horas; lo señalamos con las doce casas de las que destaca la cruz de las cuatro principales.
Los planetas “danzan” en este círculo alrededor de un centro: las coordenadas espacio temporales de la carta astral o, lo que es lo mismo, el núcleo de la experiencia. A medida que los planetas se mueven, cada uno a una velocidad distinta, se van relacionando entre ellos siempre de manera cambiante. Mientras el planeta representa un arquetipo o un agente que despliega energía primaria concreta, su posición por signo aporta el modo de actuar, sus afinidades y enemistades y la situación por casa, el contexto mundano en el que se materializan sus relaciones. La carta astral es la captura de un instante de esa danza cósmica: un momento único para un lugar determinado. Ese momento supone una “inauguración”, un comienzo y la carta astral, que hay que entender como algo dinámico, describe su naturaleza y su evolución, es decir, su destino, se trate de lo que se trate. Todo puede analizarse a través de la óptica astrológica: una vida, un suceso, una interrogación, sea en un tiempo pasado o futuro.
La interpretación astrológica es un arte porque depende de la capacidad del “artista” o “artesan@”, es decir, del astrólog@. Lo que podría parecer un inconveniente es también fuente de riqueza porque de esta manera, cada interpretación también es única. El trabajo del astrólog@ consiste fundamentalmente en descifrar las relaciones entre planetas o cómo determinadas energías -representadas en cada planeta- se facilitan o entorpecen la manifestación entre ellas y alcanzar una síntesis que es válida para cada carta en particular. No podemos interpretar y considerar cada elemento de la carta aisladamente y después sumar lo hallado porque esto no tiene sentido en el análisis astrológico. Todos los planetas están en la carta en función de los demás y, fundamentalmente se describen y definen en relación al Sol. Esta síntesis de elementos ineludible es lo que tiene precisamente que ver con la concepción tradicional que he mencionado antes, expulsada del pensamiento oficial del mundo moderno, pero de la que en Occidente quedan algunas manifestaciones, arrinconadas en el “gueto” de lo “alternativo”, siempre bajo sospecha por pretender enfocar el mundo y al ser humano bajo una visión holística.
Por ponerlo en ejemplos, la medicina occidental moderna trata el órgano enfermo como si fuera un elemento aislado del resto del cuerpo en el que la pierna izquierda está enferma y la derecha, sana; o la modalidad de psicoterapia que atiende los síntomas del paciente considerando que emergen y acaban en él, poniendo el foco en la individualidad antes que en la pertenencia al grupo, que es el entramado material y emocional que llamamos familia, que a su vez forma parte de otros entramados sociales mayores, contenidos unos en otros. No es que estos grupos y colectivos nos influyan, es que somos parte de esos colectivos o, por decirlo de otra manera, somos la versión individual del colectivo del que formamos parte.
Esta sociedad -por otro lado, tan poco compasiva- tiende a separar lo “enfermo” de lo “sano”, ya sean extremidades, órganos internos o personas inadecuadas, extirpadas también del “cuerpo social”. Así, es habitual considerar que hay enfermos mentales en familias “sanas” y delincuentes en comunidades regidas por la rectitud. Pero si perdemos el cuadro completo, si no usamos nuestra razón y nuestra empatía al unísono para asociar y relacionar los elementos que tenemos delante, no vamos a entender nada y lo que es peor, nos vamos a percibir separados, alienados del resto de seres humanos.
La práctica astrológica nos devuelve la validez y vigencia de la concepción antigua del mundo, extraña en esta vida moderna tan racional, relegada al gueto esotérico por el paradigma cientifista vigente que rechaza las verdades eternas, pero que paradójicamente busca sin descanso leyes universales en la física, en la economía, en la historia.
Recapitulando, la Astrología describe una realidad simbólica que se materializa o tiene su correspondencia en otro plano que conocemos como «real»; serían dos niveles de «realidad» que se corresponden entre ellos, a la manera del desarrollo fractal: una pequeña parte refleja el Todo y así, esa pequeña parte, que puede ser tanto un ser humano como a su vez una parte de éste (un ojo, por ejemplo) es espejo y guía para descifrar la totalidad. De la misma manera, la Totalidad, representada en la «danza» cósmica de los cuerpos celestes que la carta astral plasma en dos dimensiones, es el espejo gigantesco que reproduce incluso lo ínfimo. Esta idea, que bien entendida nos hace comprender plenamente qué significa la Humildad, se describe en uno de los principios herméticos:
“Como arriba es abajo, como abajo es arriba“.